Autobiografía y teoría
Sinopse
Este volumen surge a partir del dictado de un seminario en el grado ofrecido en dos ocasiones, durante 2009 y 2010; en él se propuso, leyó y reflexionó acerca de cómo estaban configuradas las autobiografías de cuatro teóricos –por darle un término amplio al campo de análisis de cada uno de ellos– y las relaciones entre los géneros memorialistas y, en cierto sentido, sus manifestaciones paródicas, por una parte, y un discurso filosófico, crítico, literario que se encontraba, también en el relato autobiográfico, omnipresente, por otra. Se trató, centralmente, de leer la autobiografía de Jean Paul Sartre, Las palabras, la serie autobiográfica de Simone de Beauvoir (Memorias de una joven formal, La plenitud de la vida, La fuerza de las cosas, Final de cuentas, Una muerte muy dulce y Ceremonia del adiós), Los hechos y El porvenir es largo, de Louis Althusser y el texto de Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes. Hemos procurado indagar en estos relatos en tanto autobiografías intelectuales; en ellas, hay un acento puesto en los primeros años, en las deudas culturales con miembros de las familias, en las primeras lecturas, en el recuerdo del primer contacto con la escritura (propia y ajena). Aunque las escrituras difieran en sus modalidades, aunque vayan de la cita al fragmento, del afán por la precisión a la narración de fabulaciones visionarias, funciona todavía la articulación de la memoria con la imagen, con la sensación, articulación que transforma un suceso cualquiera en un recuerdo, que distingue entre el inicio de un día y una mañana, precisa, estimulante, en Combray. Así, nuestros autores instauran la expresión (el recuerdo), la reposición, y, desde luego, la omisión (no siempre olvido) de sus primeros años y de sus primeros pasos por los libros, por las lenguas, por el aprendizaje del mundo todo.
Entre las sensaciones, las percepciones y el adiestramiento intelectual también se jugarán las personalidades y los afectos. El niño feo y brillante, la niña hermosa y distinguida, el niño mimado, enfermo, el niño “equivocado”, serán caras de un niño/a rebelde, desenfadado, temible y temeroso, santo y réprobo; serán las facetas, sobre todo, de un niño/a escritor. Se habrá dado origen a un lector y a un autobiógrafo de la pasión que representa de modo cabal o errado haberse entregado a los saberes de la escritura, de la comunicación, de la filosofía, de la literatura. Quiero decir con esto que las autobiografías se presentan como intelectuales en el sentido de que un hilo que las atraviesa es la conversión de un niño/a en un escritor o pensador. Un hilo que se escribe retrospectivamente y con fidelidad a lo que Bourdieu ha llamado “la ilusión biográfica”, ese leer la vida para atrás y encontrarle a cada cosa que se hizo o se dejó de hacer una motivación, un significado. Sin embargo, cuando leemos a de Beauvoir o a Sartre, a Barthes o a Althusser esa especie de trampa que todo texto autobiográfico propone importa bastante menos que el carácter ficcional que llevan y traen sus historias, la deleitosa manera en la que se reconstruye una anécdota, un decorado, una piel, un asesinato. Son textos que abordan individualidades pero que, más allá de éstas, revelan atmósferas de tiempos y climas de época, de lo que interesa en un momento dado, de lo que se habla, los vínculos de cada uno de estos personajes con su mundo privado en conexión con la política, con el marco teórico de cada quien –ya el existencialismo, ya el estructuralismo; la política, los problemas partidarios, la tradición filosófica, las distintas experiencias de la guerra y las guerras. Por ello, sería injusto decir que estas autobiografías valen, hoy, exclusivamente en relación con los personajes de sus composiciones puesto que podríamos leer a Sartre y estar compartiendo un mundo que ya no existe, en el que la preeminencia del intelectual en la vida activa pública de ese tiempo es hoy poco menos que inconcebible. Podemos leer la “vida” de Barthes o de Althusser y nos serviría, anónimamente tanto mejor, para comprender las distancias enormes que guarda nuestra concepción de la vida intelectual académica y la universidad misma con el sistema académico europeo y, particularmente, el francés. De todos los trabajos que se hicieron para las dos cursadas he aquí una muestra; no se trata de los mejores ni de los peores sino, simplemente, de algunos textos que, por distintas razones, jugaron a la pasión de la escritura y, por distintas razones, la sintieron; se concitó en ellos una ceremonia que nos motivó y apreciamos. Esperamos que los lectores se acerquen, a través de esta modesta iniciativa, si no lo han hecho aún, a estas autobiografías y a los problemas teóricos que suscitan para renovarlos y mantenerlos vivos.
Mar del Plata, septiembre de 2012
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